Adviento y Navidad constituyen una unidad cuyo mensaje central es el misterio de la encarnación. Celebramos el nacimiento de Jesús quien se nos revela en la historia humana, es el tiempo para recordar la manifestación del Señor, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado y a ver con esperanza lo que está por venir.
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
En la figura de un niño se manifiesta la luz de Dios que acompaña a su pueblo y aviva la esperanza como expectativa presente y futura. Cultivar la espiritualidad de Adviento y la Navidad, nos prepara para recibir al Hijo de Dios, al Salvador y Luz del mundo como persona y comunidad.
Queremos animarles a poner en práctica estas actividades para cultivar la espiritualidad de la Navidad, se pueden realizar de forma personal, familiar o comunitaria. Las preguntas que nos pueden ayudar en estos ejercicios son: ¿Qué espero yo para mi vida en la Navidad? ¿Para mi familia? ¿Para mi comunidad? ¿Para mi país? ¿Para la humanidad entera? ¿Qué acciones puedo/podemos realizar para vivir la espiritualidad de la Navidad?
La transmisión de los valores espirituales comienza en la familia. Armar un pesebre en nuestras casas antes de Navidad, significa actualizar la relevancia de la manifestación de Dios en Jesús niño.
Se elige un lugar central de la casa donde se armará el pesebre. Se organiza con la familia la fecha y hora, se preparan galletas o dulces para compartir y los materiales que se necesitarán para diseñarlo. Mientras los integrantes de la familia van armando el pesebre, se puede explicar el significado del nacimiento de Jesús y contemplar el deseo de Dios para dar la paz y su luz a toda la humanidad.
Cuando el pesebre se ha construido se invita a la familia a escribir en un papelito, frases cortas de gratitud y peticiones a Dios, las que después se podrán leer en familia y hacer oración juntos.
El nacimiento de Jesús es fruto de la ternura de Dios. Su amor se acerca hasta lo sumo. Es ternura que opta por enfermos, las viudas, los necesitados, los niños y las niñas del mundo. El niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar: ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él? ¿Extiendo mis brazos para abrazar a otros? Navidad es la oportunidad para pensar en una persona que hemos dejado de ver y comunicarnos por el contexto de pandemia; para orar por ella y expresarle que el Dios amoroso y nosotros estamos con ella.
También, Navidad es la oportunidad para fortalecer la paternidad y la maternidad con ternura, escuchando a los hijos e hijas, mostrando interés en sus opiniones, enseñándoles valores con cariño, ayudándoles a enfrentar sus miedos y temores, compartiendo tiempo con sus hijos e hijas, conversando y jugando con ellos y ellas.
Todos los días tenemos motivos para mostrar nuestro agradecimiento por todo lo que recibimos a diario, de Dios y de las personas que nos rodean. Navidad es el momento de reconocer y celebrar el regalo que Dios nos ha dado en Jesús y agradecer a las personas con las cuales convivimos: familia, vecinos, comunidad de fe y colegas de trabajo.
La época navideña puede ser particularmente difícil para muchas personas: los enfermos, los que no tienen familia, los que han perdido el empleo o algún familiar cercano; pueden estar muy tristes. Navidad nos convoca para ponerlos en nuestras oraciones y reunidos en familia o en la comunidad de fe, orar por ellos. Esta es una manera de darnos a los demás y de enseñar a los niños y niñas a sentir y amar a los demás.
La Navidad no es una fecha, es un acontecimiento que produce una profunda alegría en las y los cristianos. Es una actitud que viene de una realidad más profunda: Dios se hizo humano para salvarnos y transformar nuestras relaciones con Dios, consigo mismos, con los demás y con la creación. La Navidad es un buen momento para acercar a las personas y para acercarnos a Dios. Tiempo para perdonar y ser perdonado, para cambiar las relaciones rotas entre padres e hijos, entre cónyuges, hermanos y hermanas y vecinos.
Entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestra soledad, nuestras heridas no curadas, nuestras carencias físicas, emocionales y espirituales. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de la Navidad: la belleza de ser amados por Dios y de amarnos y a los otros.
Con María y José quedémonos ante el pesebre, contemplando su amor humilde e infinito, digámosle: gracias, porque has hecho todo esto por mí.
Experimentemos esta Navidad como una oportunidad de vivir la espiritualidad como una invitación a crear una obra de arte con nuestra vida; ella se construye a partir de las experiencias humanas de reconciliación, perdón, sanación, servicio y solidaridad; porque en Navidad nació el amor, nació Jesús niño, la expresión de la ternura de Dios hacia la humanidad.